Los fantasmas de las cosas

Los fantasmas de las cosas

Visitar a los abuelos, es navegar por un cúmulo de recuerdos. Guardan sus cosas antiguas con una pasión que nadie ha conseguido arrebatarles, ni los reclamos de los hijos que insisten en que se deshagan de eso “tan feo e inservible”; pero a ellos no les importa y, por el contrario, les encanta mostrar los objetos que tantos años han conservado y que desean heredar a sus nietos. Yo, por ejemplo, aún tengo una vajilla que mi abuelita me regaló y la uso todos los días.

Conservar lo que aún es útil y decorativo, no es lo mismo que alargar la vida de algo que ya no la tiene, guardándolo indefinidamente “por si lo necesito” o porque “lo voy a mandar reparar”. Me temo que, en este caso, son síntomas de un acumulador en potencia.  Sin ser conscientes comenzamos a guardar invitaciones, tarjetas, revistas, los recuerditos del bautizo, de la boda, etc., y siempre con argumentos como “está bonito” o “me sirve para…”. Cierto es que hay objetos que forman parte de nuestra vida a grado tal que hasta nombre les ponemos, por ejemplo, un carro: El General Lee de los Dukes de Hazzard. Es así como les manifestamos el cariño, incluso los personificamos, es decir, damos atributos a algo inanimado; esto sucede porque lo entendemos como una manera de conectarnos con alguien, a un recuerdo.

A muchos de nosotros nos resulta muy difícil desprendernos de cosas por lo que éstas representan y en consecuencia prolongamos su estancia en un lugar donde se convierten en fantasmas. Sí, fantasmas, por el apego a lo material. Es la ilusión de que esos objetos son para siempre, la negación a que tienen fecha de caducidad y, por tanto, se deben desechar, entonces los convertimos en telarañas del librero, del closet o de la alacena, a veces ni nos percatamos de ellos, se vuelven casi invisibles, ¡ah, pero ay de aquél que se le ocurra mover, quitar o romper alguno!

La dependencia a lo material puede estar relacionada con dos trastornos psicológicos: la Oniomanía (o compra compulsiva) y el Síndrome de Diógenes.

El primero es el deseo incontrolable de comprar sin una necesidad real. Esta manía se asocia a la baja autoestima y depresión. Las mujeres sabemos que ir de shopping es fantástico, sin embargo, hacerlo desenfrenadamente trae sus consecuencias: una saturación de cosas que ni se usan (quedan guardadas con etiqueta) y una gran deuda en tarjetas de crédito.

El siguiente, el Síndrome de Diógenes, fue nombrado así en 1975 en alusión a Diógenes de Sínope, un filósofo de la época de Aristóteles, famoso por anunciar públicamente que viviría de un modo austero, renunciando a todo tipo de comodidades. Este es una alteración de la personalidad y normalmente lo padecen las personas de la tercera edad, los síntomas son el aislamiento social, permanecer en casa y dejar de lado la higiene; acumulan una gran cantidad de objetos, incluso basura, sin poder desprenderse de ellos. Es importante prever este comportamiento ya que, para resolverlo, se requiere ayuda profesional.

Ahora bien, para eliminar esos fantasmas y despedirnos de ellos de una vez por todas, hay que poner en práctica lo siguiente:

  • Ve aflojando la cuerda. Cambia de lugar todo aquello de lo que no has podido desprenderte, intenta darles vida, así sabrás si realmente son útiles. Disfruta la experiencia como si te mudaras de casa.
  • Sin presionarte demasiado deshazte de lo que no necesites. La moda vintage (old fashion) me parece una buena idea porque son artículos que siguen siendo útiles; todo lo que sea reutilizable y reciclable, bienvenido sea. Quizá puedas donar, vender o intercambiar tus cosas y obtener un beneficio, ya sea para tu bolsillo o tu corazón. Corta poco a poco el pasado, abre espacio para lo nuevo. Verás que sí puedes.
  • Aprende en la pérdida. Respira hondo y relájate. El desapego puede resultar, física y emocionalmente, agotador, pero gratificante. Despídete y sentirás alivio.
  • Tú posees un enorme valor y éste nada tiene que ver con los objetos que guardas. Enfócate en ti, en tus talentos y anhelos más profundos, date cuenta de la persona maravillosa que eres.
  • Felicítate. Reconoce tu valor y siente orgullo por tu logro.

Entonces, ni comprar demasiado, ni acaparar demasiado. Debemos recordar que valemos por lo que somos y no por lo que tenemos; cuando los objetos nos importan demasiado nos convertimos en sus esclavos. Abraham Lincoln dijo una frase que viene a relación: «Muy a menudo amamos las cosas y usamos a las personas, cuando deberíamos estar usando las cosas y amando a las personas”. Poseer cosas mejora la autoestima, brinda tranquilidad, incluso estatus social, pero ¿quién tiene la certeza de disfrutar de todo eso cuando sabemos que en la vida se presentan situaciones inesperadas?

Concluyo mencionando al Papa Francisco quien hace los siguientes cuestionamientos en la Encíclica sobre El Cuidado de la Casa Común, Laudato sí: “¿Para qué pasamos por este mundo?, ¿para qué vinimos a esta vida?, ¿para qué trabajamos y luchamos?, ¿para qué nos necesita esta tierra? Si no nos planteamos estas preguntas de fondo, no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan obtener resultados importantes”. 

Entre menos consumistas seamos, más cuidamos el planeta y nuestra cartera. Entre más nos desapeguemos de lo material, ¡más libres seremos!

Adriana Gozuh – Maestría en Ciencias Humanas.