Familias sin amor

Familias sin amor

En consulta, es frecuente encontrarse con pacientes de aspecto triste, ansioso, irritable…

Nosotros los médicos, al momento de hacer las preguntas de rutina, deberíamos estar obligados a ir más allá de la cuestión física, involucrarnos un poco más en sus sentimientos, en su historia de vida, en su estado anímico actual. Si lo hiciéramos, valiéndonos de nuestra experiencia y herramientas, fácilmente podríamos concluir que muchos de ellos presentan síntomas corporales derivados de asuntos emocionales no resueltos, sobre todo los del pasado, en especial los de la niñez.

Lamentablemente, cada vez más acuden a consulta niños con problemas gastrointestinales. La mamá se queja de que su hijo es rebelde, grosero, se aísla, está “mudo”, se la pasa en su recámara escuchando música y pelea todo el día con sus hermanos; entonces ella concluye que está estresado porque vive  rodeado de mucha violencia: en casa se la pasa conectado a un dispositivo electrónico que le permite acceso a información inapropiada para su edad; en la escuela es víctima de bullying o, peor aún, él es el victimario; su entorno familiar está desintegrado, la convivencia no es la idónea y escucha conversaciones de adultos con lenguaje agresivo y grosero. Hoy en día, además, es común que los padres no tengan una relación estrecha, de amor y fidelidad, muchos son padres solteros, divorciados, viviendo en unión libre o con múltiples relaciones sentimentales extra maritales, tanto de la mujer como del hombre. Y si a esto le sumamos que papá y mamá tienen que trabajar para solventar los gastos, pues los niños pasan gran parte de su tiempo sin la presencia de ellos, cuidados, en el mejor de los casos, por los abuelos, y si no por algún vecino, hermano, o bien, solos en casa, encerrados. La escuela y la guardería son los medios más cercanos con los que cuentan para su educación y si tienen recursos económicos solventes para acudir a una institución que esté capacitada con buen personal, tendrán la fortuna de recibir un poco más de ayuda. Se nos olvida que la formación más valiosa, la que hace que nuestros hijos tengan valores y se sientan amados, viene del hogar, del seno familiar; nunca será lo mismo una caricia por parte de la madre que de la niñera, el cuidador o el maestro.

Al paso del tiempo, los niños van acumulando desolación y resentimiento, mientras que nosotros creemos que si están acompañados y los colmamos de cosas materiales serán felices y no se darán cuenta de nada más. En realidad, lo que sucede es que, conforme van creciendo y teniendo conciencia, se aprovechan de la situación y exigen cosas más caras porque piensan que con eso compensan la soledad en la que viven, es decir, llenan el vacío emocional y, de paso, nos hacen pagar por el abandono. Lo que no comprenden, ni unos ni otros, es que nunca algo material sustituye un abrazo, un beso, una caricia, un momento de compañía.

Los padres, generalmente, quieren saber qué pasa con sus hijos, pero éstos no les permiten acercarse, sobre todo cuando están en la adolescencia; basta con ver la mirada de los niños o jovencitos hacia sus papás, la apatía con la que se conducen, el enojo que les brota fácilmente y lo intolerantes que son, para darnos cuenta, como médicos, que su malestar físico es lo que menos debe preocuparnos.

Cuando mamá lleva a su hijo a consulta médica, aprovecha para averiguar las dos cosas: qué enfermedad tiene y qué le pasa emocionalmente. Un buen interrogatorio, una correcta exploración, un diagnóstico acertado y un tratamiento bien indicado serán más que suficientes para que se alivie o mejore. Pero, ¿qué hay de lo otro?, ¿qué pasa con sus emociones?, ¿a dónde mandamos la tristeza y el enojo?, ¿cómo resolvemos esa violencia intrafamiliar, ese desapego y ausencia de los padres? Desde mi rol de doctora, estoy obligada a hacer una exploración integral para ver la enfermedad desde todos sus ángulos; si realmente estamos comprometidos con nuestra profesión, tenemos que hacerlo. Y en casa realicemos una evaluación, veamos qué falta y qué sobra, preguntémonos si estamos haciendo lo suficiente para brindar cariño, seguridad y un hogar integrado.

Podría decir que en mis pacientes adultos sigue habitando ese niño herido que se quedó anhelando compañía y palabras de afecto de sus padres. Aún nos falta mucho como sociedad, pero sobre todo como padres de familia, para rescatar los valores, el acompañamiento y la manifestación real de amor que hagan sentir felices a nuestros hijos. No permitamos que nuestras vidas estén en constante duelo, no busquemos en los lugares y personas incorrectas. Abrámonos a la posibilidad de dar y recibir amor, eso sin duda nos hará seres humanos más plenos, pues nunca nadie se quejó por sentirse amado.

Dra. Lupita Ruvalcaba
Médico General, Tanatóloga.