Amor invernal

Amor invernal

Percibir el amor en una pareja siempre es grato pues es un ejemplo para cada uno de nosotros. Sin embargo, h acerlo de una pareja senil es una de las más grandes bendiciones. Hoy en día las parejas son desechables y pocos buscan iniciarla con la bendición de Dios, cimentarla desde Él.

Hace un tiempo en el consultorio tuve una pareja que marcó mi vida. Los dos con más de 80 años de edad. La mujer fue traída con “urgencia” por uno de sus vecinos al percatarse que llevaba días sin salir de su casa. Al cuestionar los motivos, su esposo le comentó que la señora tenía varios días con un dolor abdominal intenso, pero que no tenían dinero para el médico y los medicamentos. Él, junto con sus vecinos, se cooperaron y decidieron darle la atención debida. Llegaron conmigo los tres, con cara de angustia y preocupación pues la señora venía en un estado deplorable, con dolor y datos de deshidratación y desnutrición. Venía en brazos del vecino, un adulto joven muy amable. En todo momento del interrogatorio, pero sobre todo en la exploración física, el esposo jamás se separó de la esposa, incluso cuando la exploré, él jamás soltó su mano. Me llamó mucho la atención este detalle pues es raro que los esposos se involucren de esa manera. Él realmente estaba preocupado por ella.

Al ver el estado físico de la señora y hacer un interrogatorio indirecto al esposo, me comentó que por su edad ya era muy difícil tener un trabajo, mantener un hogar y tener un sustento incluso alimenticio. Vivían de la caridad y en una casa hecha de materiales reciclados con la zozobra de que los quitarán de ahí algún día. No tenían apoyo de ningún familiar, estaban “solos” en la vida, únicamente se tenían el uno al otro.

Para mi sorpresa el diagnóstico fue que ¡La paciente no tenía ninguna enfermedad!, todo aparentemente estaba bien a la revisión y se los hice saber. Ella, con lágrimas en los ojos y haciendo que me acercara a ella para hablarme al oído me dijo: “Doctora, en realidad no estoy enferma de nada, sólo tengo hambre, no he comido nada en 3 días, no hemos tenido dinero y lo poco que hay se lo he dado a él, lo he engañado haciéndolo creer que sí como. Me duele el estómago de hambre”.

Todavía, hasta la fecha, no puedo expresar con palabras los sentimientos encontrados que esta situación me generó. Me hizo recordar cuando era niña y no quería comer algo que no me gustaba y mi mamá me decía, “Te lo comes, tanta gente que no tiene para comer y uno desperdiciando”. Frases hechas o trilladas, pero que en verdad aplican a un gran sector de nuestra población.

El esposo alcanzó a escuchar lo que ella discretamente me quiso decir y se le rodaron sus lágrimas. Se excusó (aunque no tenía por qué hacerlo) diciendo que era mayor, que estaba muy cansado y que el poco trabajo que le daban no era suficiente, pero que él quería que ella estuviera bien.

Su mirada, esa mirada nunca la borraré de mi mente. Uno al otro se veían con amor, con compasión, con complicidad. Estaban en las buenas y en las malas. Ella comentó: “Desde el día que nos casamos dijimos que siempre íbamos a estar juntos y que íbamos a compartir todo y ahora hasta el hambre doctora. Dios siempre ha estado a nuestro lado y ha sido bueno con nosotros, siempre nos bendice, mire que dejarnos todavía estar juntos. Él es todo para mí y yo soy todo para él”. El esposo le brindó la más grande de las sonrisas, la mirada más tierna y cautivadora y se limpió las lágrimas. La levantó y abrazó. Al oído le dijo algo, supongo que fue un ¡TE QUIERO!

Dios bendice cada matrimonio, cada pareja que desea unirse y amarse. Pocos son los que desean ver que aún ante las adversidades, Él es quien nos sostiene y lleva de la mano. Aun sin nada material, el amor entre ellos, su fe y amor a Dios, son más grandes.

Dra. Lupita Ruvalcaba
Médico General, Tanatóloga.